...(Continúa, ¿Cuantas Religiones?)
Dice la Biblia en Hebreos 9:22: “…sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” Es decir, sin el sacrificio de una vida por otra, no hay perdón de pecados. Claro es que los sacrificios de ovejas y otros animales en el Antiguo Testamento no eran suficientes para limpiar al hombre de su pecado. “Porque la sangre de los toros y machos cabrios no se puede quitar los pecados.” (Hebreos 10:4) Es evidente que se requería un sacrificio mucho mejor para justificar a los pecadores. Por este motivo vino Cristo, el Hijo de Dios, y siendo el cordero de Dios (San Juan 1:29), sin pecado, y él se entregó por los pecadores.
Dios aceptaba estos sencillos actos de fe del Antiguo Testamento solo a la luz de la obra de Cristo. Su muerte era para todos los hombres. No solo para los hombres de su tiempo, sino por nosotros y por los hombres del Antiguo Testamento también. Ellos no fueron salvados por los mandamientos “pues nada perfeccionó la ley…” (Hebreos 7:19) sino porque por fe presentaron un sacrificio por sus pecados y Dios la aceptó a la luz del Calvario.
La muerte de Cristo no fue de balde, el se entregó a sí mismo para salvarnos de la muerte eterna. Si Caín asesinó a su hermano, Cristo hizo lo opuesto y se entregó voluntariamente por nosotros, porque nos amo, y el verdadero amor no busca lo suyo.
En estos dos hombres, Caín y Abel, tenemos los dos grandes principios por medio del cual todos los hombres religiosos tratan de acercarse a Dios. En el uno tenemos a Caín quien trata de complacer a Dios con el fruto de su trabajo, pensando que por sus obras podrá ganar el favor de Dios. En el otro tenemos un hombre que presenta humildemente, no sus buenas obras, sino la vida de un substituto en lugar suyo. Cristo ofreció su vida perfecta por nosotros, no porque tuvo que hacerlo, sino porque nos quiere salvar y porque como el resucitó de entre los muertos, así nos desea dar vida nueva, porque el evangelio es el poder de Dios para salvación (Romanos 1: 16).
Amigo lector, no le pido que mire a la religión de los demás sino el tuyo. ¿Qué ofrenda le has traído a Dios? ¿La das tus obras, tu bautismo, comunión, diezmos, ayunos? O como Abel, humildemente buscas acercarte a Dios por el sacrificio de Cristo porque el que cree en el Hijo tiene vida eterna (San Juan 3:36) y “…la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (I Juan 1:7) ¡Piénselo! (volver a la página 1)